martes, 3 de junio de 2014

3.

A esta hora de la noche vuelvo a tener esa manía metafísica de creer que algo pasará sólo porque he orado lo suficiente. Al menos eso creo cada vez que cierro los ojos y le pido a lo que sea respuestas, soluciones, fórmulas mágicas, señales y milagros.
Hoy llegue al punto de volver al limbo de los desahuciados.
¿Está bien la sucesión de eventos que me ha traído hasta este momento? 
¿Está bien pensar en todo lo que estoy pensando?
 ¿Podré salvarme de calcinarme en el infierno, una vez más? 
¿Acaso ya estoy allí y no lo sé?

Me he portado mal durante 1406.0607.000 segundos.
Soy un pecador y estoy pagando por eso. Pero a diferencia de la absurda utopía negligente de quienes vigilan sus dosis de esperanza con cuentagotas, yo estoy seguro de haber perdido la mía para siempre.
Esclavo de la incertidumbre, atrapado en tradiciones de querubines rechonchos que me llevarán a rastras a donde corresponda, escribo esta carta sin destinatario a las voces que no necesitan escuchar mi confesión, porque lo han presenciado todo, si es que acaso las voces pueden ver además de atormentar.
Estoy desesperado como un pez fuera del agua.
El piso ya no es tan sólido como cabría esperar que fuera. Se mueve a cada paso y parece voltearse por completo cuando me muevo en cualquier dirección, aunque tristemente eso no ayuda de mucho cuando estás desorientado.
Entonces hay una generación penitente esperando palabras de aliento que nadie puede darle. Lástima por todos nosotros, porque nos quedaremos esperando. Es poco lo que podemos hacer. La cara se nos deforma con promesas sin cumplir y la vida pasa como los canales de la TV, sin coherencia temporal ni espasmos felices.
Como a todas las cosas llegué tarde incluso a mi fecha de muerte.
Está el dinero que escacea y el amor que me abandona y la paz del espíritu que no se dibuja tan bien como uno podría desear cuando creía tener el mapa del cielo y al Altísimo cogido por los cojones. De nuevo me ha jugado sucio jugando limpio y todos los atajos me han llegado a lo inevitable.
Estamos solos y condenados a perder. Estamos retorciéndonos en una fiebre invisible que drenamos en palabras que unos pocos leen y otros muchos desdeñan sin más.
Soy un eterno adolescente, embutido en mis reflexiones, a destiempo, sobreviviendo al anacronismo para pedir una prórroga que no recibiré porque nadie puede dármela. Es posible quedar ciego y estar cabreado y quedar mudo o paralítico o arruinado y olvidado y nos enseñan a soportar el devenir con las botas puestas.
Ni siquiera le estoy poniendo empeño a la descripción narrativa de mi desgracia. No voy a revisar este texto pobre una y otra vez para decir de mejor manera lo que se diga, porque como se diga, es igual de desagrable.

Tengo miedo al Jaque Mate y ese miedo me ha llevado a ponerme en una posición de desventaja con Él.
Sin embargo, no creo que alguna vez haya estado en otra posición.
Que no te engañe nada de lo que he dicho o has visto. Nuestra relación vertical está hecha a su medida y hoy no será el día que hagamos las paces. Muy al contrario, estoy cavilando si rompo los vínculos para siempre, pero entonces queda el gusanito de saber si a última hora el final revelador de este capítulo de mi miserable vida devengará aplausos en vez de otra cosa, hay quienes creen que seré grande y renaceré de mis cenizas, hay quienes ya me consideran también: Muerto.

Soy responsable de decir las cosas que nadie quiere escuchar por esa absurda manía de no saber ser prudente ni sincero ni inteligente ni exitoso ni nada de eso. Soy responsable de dejar que las cosas se me vayan de las manos para luego huir asustado a los brazos que amenazan con dejarme definitivamente vacío, como las cuencas de los ojos del cadáver de un cuervo. Y tú sigues viniendo a ver mi desdicha, comiendo palomitas de maíz de microondas, esperando a ver si me caigo y puedes captar el momento preciso en que me rompo en mil pedazos al estrellarme con un futuro que no es tan hermoso como el que me pensé.
Fui paranóico y me volví loco cuando Él me mostró un camino. Y yo lo seguí, te juro que lo hice, pero no fue suficiente, porque nunca es suficiente y me devolvió a este orificio tropical a conseguir glorias que ya no sirven de nada porque ya ni siquiera son mías.
Y a mis amigos no les contesto las llamadas y a mi chica no le hablo de lo que debería hablarle, porque ya en realidad no hay chica y a mi madre la condeno al silencio y al misterio y poco a poco me voy quedando en este mundo sin metáforas de lo que llamo existencia, a ver si alguien me escucha y me entiende y puede evitar desde su barrera de cristal caer en los mismos errores que yo.
Maldita sea, estoy cabreado porque no sé cómo estar triste sin sentirme feliz por ser un cliché pasado de moda.

Todos, los pocos que persiguen sabiduría aquí, están volcando sus esperanzas en un dantesco universo de palabras pretenciosas. No hay un círculo literario que me acepte, ni una camada de intensos que me quieran entre sus filas, ni músicos de rock que me perdonan no saber interpretar bien ninguna canción. Como una hoja verde que sobrevive al otoño, no tengo un espacio ni cuento que contar ni el más mínimo mérito para obtener tu respeto.

Soy execrable, extirpable, frágil e inofensivo.
De los que nunca dejarán nada para la posteridad, de los que nunca dejarán huella, de los que malgastaron su oportunidad, y como alguien me dijo alguna vez, de aquí en adelante, lo que queda es esperar el impacto de la caída.
Y así se han perdido talentos de verdad, en el sistema que los devora en lugar de adoptarlos y alimentarlos. En los comerciales de Movistar, en los que la gente te da la espalda, en los bares de media noche, en la mujer de tu vida que ya no está muy segura de serlo.

Nunca pude haber escrito esto en otro lado. Lo hago aquí porque sé que quienes lo leen esperan el descarnado y postrero cartucho de un payaso acabado. Pero es cruel de su parte no entender que necesito ayuda y que eso es lo que pido, como también sé que es tremenda estupidez saber que cuando me la ofrezcan no la voy a aceptar, porque el orgullo me lo impide y esa jodida manía de aferrarme a un malditismo anacrónico y nada original con el que se burlan de mí los que sí han capitalizado su talento para hablar porquería coherente y políticamente correcta por unos cuantos miles de dólares al mes.
Coño, pana. Este post y todo este blog donde estás metido quién sabe por qué intríngulis incomprensible no tiene sentido ni vale la pena ni tiene las respuestas que buscas.
Si acaso, y estoy siendo benevolente conmigo, puede parecerse un poco a lo que piensas.
Pero hasta el perro más infeliz se cansa de perseguir su cola tanto tiempo sin llegar a nada.
Este espiral de gratuidad, este teatro inverosímil para quienes opinan que vivo feliz revolcándome en dinero y fama y fortuna, nunca será dicho de otra forma porque nunca encontrará la vía a un libro donde puedas tener la polaroid de mi infortunio en versión portátil.
Este pequeño secreto cogerá polvo (si es que las letras de un ordenador cogen polvo) y pasará por tu vida y lo desdeñarás cuando crezcas porque no quieres ser como el imbécil que soy.
No, no quieres, no quieres, no quieres, no quieres esperar la llamada que te diga que has logrado tus sueños, porque toda la idea es que nunca los alcances.
Preso. Preso y con fiebre. Buscando el valor para salir de casa y arrojarme a un carro en movimiento y resurgir como vampiro en el paraíso de una noche eterna.
Inmortales son los que jamás se arriesgan a intentarlo.
A ellos sí les va bien.
Él no se olvida de ellos como se ha olvidado de mí (y de ti, si eres de los que asiente inconscientemente con cada frase cliché de estas).
Él no va a quitarnos esta fiebre.
Sólo podemos empeorarla.
Esas hojas de papel a las que les prendiste fuego de niño.
De eso estamos hablando.
De hacerlo mal, lo peor que se pueda, para sentirnos bien.
Esta es una generación que tiene política, socialités, showmans de radio y televisión, misses, intelectuales trasnochados con el cabello agarrado en una cola, gente, patética, vulgar, obsesionada con ser alguien, malcogidos y malcogidas.
Esta es la carta, la revelación, mi pequeño y exiguo aporte a tu mundo.
Donde te digo que "alguien", al menos ese que sueñas, nunca vas a ser.

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