lunes, 2 de junio de 2014

Lovely.

Caminé en tu invierno silencioso hasta las dos de la mañana.
En ese momento, con los ojos cerrados, me di cuenta de que tenías pedazos rotos pegados con cinta adhesiva.
Si no te hubieses quedado callada estaría tranquilo.
Pero resulta que tiemblo como no lo hacía en mucho tiempo.

Ciertas estupideces ocurren sin permiso. Otras también.
Ya ¿no?

Nadie tiene control sobre los escarabajos que comienzan a escalar tu ropa cada vez que te alejas de mí.

¿Entonces?
¿Estás buscando alguna excusa?
¿Por qué me revisas cada noche en lugar de acariciarme la espalda con tus labios rosados?
¿Por qué no somos un equipo en lugar de una competencia de insultos sordos en las conversaciones de la multi-red?

Mira niña, tú, que duermes mucho después de que yo cierro los ojos. Tú, que te levantas mucho después de que he visto cien veces mi fealdad en el espejo que compartimos con el lastre familiar. Tú, que te enamoraste de mí y que ahora quieres meter mi corazón en esa gigantesca maleta que escondemos en el garaje para llevártelo a donde sólo buitres como los que se pararon en nuestro ventanal aquella madrugada pueden encontrarlo.
Tú, sí, tú.

Me muero sin ti, tonta.

Pendiente entonces.
Párate y dame un beso.

Si no quieres que me pare y te lo dé yo.

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