viernes, 9 de mayo de 2014

Gagring.

Estamos en frecuencias distintas, amor.
Estamos muertos, muy muertos, somos parte del fiend club, pero estamos bien.
Hoy siento que se me devuelven mililitros de vida y no los quiero de regreso.
Porque en ese tiempo morimos separados, amorcito mío.
Tú moriste cuando me besaste y te quitaste el sostén.
Y en esos tiempos, me dolían tus caras de muerta, y tu voz de muerta que no me decía nada cuando pregunto cosas, cosas absurdas, y cosas buenas y cosas malas también.
Yo morí cuando dejaste de besarme, cuando supe que jamás me hablarías en muerto ni en inglés.
Ya me amó un fantasma, una hombra loba, y la muerta, tú, también.
Morí cuando dejaste de responderme y se te fue la mirada al carajo.
Fue cuando te metiste las palabras en el bolsillo del pantalón y me diste las pistas, con lágrimas y saliva, de lo que estoy escribiendo hoy.
Estamos muertos, pero, estamos bien.

Porque tendías a guardarte las palabras en el bolsillo, la mirada se te solía ir al carajo.
Aprendiste a hablar con monosílabos y a partirme la vida, sin querer, porque sé que daño jamas me harías... Se te ocurrió también agarrarte la mirada y mandarla al carajo e inseguro me quede de si alguna vez volvería.
Aprendiste a dejarme acostado viendo la cortina, porque no quería voltear y encontrarme con la silla vacía, pero el sonido la bomba seguía, como si fuera un fantasma fiesteando.
Aprendí a dormirme extrañándote en el mismo cuarto donde fuiste mia (y entonces soñé contigo y aprendí que las pesadillas son solo eso, mis miedos, míos y que tu no eres tan mala como yo te pintaba o te creía).

Durante la noche cultivé un odio tuerto y desazonado que ni siquiera entendía.
Para entonces no me había dado cuenta de que ya habías aprendido, hace días, a despertar a mi lado y no tocarme el corazón debajo de la sábana sino debajo de mi piel como si fueras una termita, fue allí, hace como dos semanas y media que de pronto me arrepentí de haber llegado a esos extremos, con mi costumbre de analizar indefinidamente hechos y palabras y empece a tratar de reconquistarte,
Fue entonces que por fin comprendí que tus silencios dicen mil palabras y dejaste de frustrarme,
Fue entonces que cuando nos respondiste si confiarías en mi de nuevo, comenzó un juego eterno,
Uno de esos que se juega con mordaza y cuero,
En los que no dices ni una palabra, pero, ambos entendemos.

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